miércoles, 3 de junio de 2009

"PUNTOS COMBINADOS" (Anahuarqui Brizuela)


La bolsa del tejido

-Teresa - dijo casi sin abrir la boca y se acomodó como pudo en la segunda fila de la combi.
La ventanilla tenía los vidrios polarizados y eso vendría bien cuando tomara por Pavón hacia la capital. El sol a esa hora era fuerte y el aire generalmente no funcionaba.
Colocó la cartera sobre sus piernas encogidas más de lo soportable y abrió y cerró cierres .Celular, llaves de casa, llaves del departamento de Silvina, billetera.
Acomodó la bolsa del tejido como pudo para no incomodar a quien se sentara al lado. La revisó también: el par de agujas, el ovillo nuevo y el suéter de Bernardo a medio hacer .Todavía era verano, pero pronto empezarían las clases y el uniforme requería de un suéter azul escote en V. A Sofía le tejía de colores porque la pobre heredaba siempre para la escuela los pulóveres de su hermano. Teresa trataba de comprar buena lana o en su defecto había aprendido a sacar las pelotitas con una hojita de afeitar y plancharlos de una manera que no se notaba el deterioro.
Junto a ella se sentó un hombre de unos cuarenta y pico con anteojos y el cabello atado con una gomita. Tenía un pantalón claro, una camisa a cuadros de manga corta y mocasines.
Subieron seis personas más y la combi enfiló pesadamente por una calle empedrada. Iba despacio mientras el chofer leía la planilla y hablaba con la central para verificar que estaban todos los pasajeros.
Teresa miraba los árboles que ya empezaban a perder hojas. Pensó en el otoño que se aproximaba y en la ropa que tendría que bajar del placard. Visualizó: los pantalones, las camisas, los saquitos de lana fina que había adoptado cuando la menopausia. Era una pavada pero la gran solución a la hora de los calores. Nadie entendía que un sofocón la incendiara y la obligara a sacarse la ropa, de golpe, con desesperación y luego sintiera frío y volviera a vestirse.
No había que renovar el vestuario, sólo si quería algo de última generación como le gustaba decir.
Sonó un celular. No era el de ella.
- Sí, estoy en la combi. Acabamos de salir, así que calculale quince minutos. Chau, un beso. ¡Ah! ¡Hola! ¿Le avisaste a Nora? Bueno, después hablamos.
A las pocas cuadras subió un chico joven. El pelo muy cortito y cuidado. Traje oscuro, camisa, corbata y zapatones negros. Llevaba unas carpetas con tapas transparentes y se leía algo como “R....y Fernández asociados”. Se acomodó en la parte trasera y empezó con los mensajitos. El exceso de desodorante o perfume empezó a marear a Teresa que trataba de abrir un poco la ventanilla. Este es un pichón de cagador, pensó.
El sol le dio en la oreja entonces prefirió cerrarla y aguantar el perfume. Miró la avenida y empezó a jugar como solía; cerraba los ojos y anticipaba el recorrido. Cuando los abría casi siempre estaba en el lugar que imaginaba.

Esta vez se adelantó un poco. La combi paró para subir a la que esperó más o menos los quince minutos. No habían llegado todavía a esa parrilla que tenía siempre algún cordero o carne puesta en el sanmartín. A cada chancho le llega su San Martín pensó ¿Por qué llamarían así a la cruz del asador? Siempre lo había relacionado con el padre de la patria y se lo imaginaba persiguiendo jabalíes por los montes de la pampa. En algún lugar había leído la explicación pero no recordaba nada.
La que subió se sentó detrás de su asiento y empezó a conversar animadamente con la otra.
- Sí, hablé con Nora pero ya sabés como es. Se entusiasma y al final la convence el tarado del marido para que no venga.
- Ella es la que necesita salir más que nosotras. Me dijeron que este curso está espectacular. Te muestran todo el recorrido de pinturas que después podés ver en El Prado.
- Por la plata no es, Nora dispone de dinero y jamás le rindió cuentas a ese estúpido. Él la somete como si fuera su sierva y la tonta…
- ¿Te acordás cuando no quería que manejara la 4x4 y le compró esa catramina?
- Sí, y encima la pobre lo justificaba diciendo que para ir a buscar a los chicos al colegio era mejor ese auto porque podían subir con facilidad.
- ¡Si habremos empujado para que arranque!
Si habré empujado aquel Fitito. Estas se creen que ponés la llave y prrr. No saben que hay autos viejos. Deben pensar que todos los años desaparecen y salen los nuevos modelos para todo el mundo. Además eso del curso me suena a barniz. Lo hacen para que papito les pague un viaje a Europa. Esa Nora debe ser la más sensata.
Teresa intentó descubrir de donde venía un sonido intermitente pero que no era de celular. Estiró el cuello hacia adelante y vio que en la primera fila de asientos iba un nene de unos siete años con su mamá. Jugaba con esos juegos electrónicos que cada vez que se aprietan las teclas hacen unos piiiiip en distintos tonos. Sólo se le escuchó preguntar si todas las semanas debían ir al dentista. La madre suspiró mientras le aclaraba que además del viaje lo terrible era el costo del tratamiento de ortodoncia.
- Podrías haber sacado la dentadura mía y no la de tu padre - murmuró, pero el chico no se dio por enterado y siguió en lo suyo.
La mujer sacó el celular.
- Si, a las cinco espero salir pero viste que siempre se atrasa ¿No les podés decir que dejen la reunión para mañana? A esa hora las combis son un infierno y es difícil que consiga lugar. Pensé que volvíamos con vos y no reservé. Bueno, volvemos por nuestra cuenta. Nos vemos.
Cerró el teléfono con malhumor y abrió un libro. Teresa volvió a estirarse simulando una leve contractura y comprobó lo que suponía: el libro era de Coelho.

Aburrida de no hacer nada; seguro que es insoportable. Cuando el marido llegue a la noche le hace un escándalo. El nene estará prendido con la computadora y no se dará cuenta. Pobre chico. El padre debe ser de esos tipos que dicen todo que sí y hacen lo que quieren. Un zorrito como quien dice. También con semejante ejemplar. ¿O será al revés? Quizás ella es una pobre mujer y lo único que puede es hacerse la mandona. Esas reuniones tal vez no sean justamente de trabajo. Mmm. ¡Cuántos casos que yo conozco!
El que estaba al lado de Teresa leía la parte de deportes del diario y cada tanto verificaba los mensajitos del celular. Respondía y seguía con la lectura. De pronto cerró el diario y marcó.
- Habla Marcelo ¿Me das con Juanjo? Sí, a mitad de camino. Tengo casi el OK pero quiere un bosquejo. Bueno, esperame.
Se deslizó en el asiento, estiró el cuello y comenzó a balancearlo de un lado a otro para que se relajara.

Qué suerte, le sale el trabajo. Casi... todavía lo tienen en veremos. Debe ser arquitecto. Ahora empieza a moverse algo en la construcción. Juanjo seguro que es el socio. Tiene secretaria. La oficina la deben alquilar en un lugar atractivo. No tanto...si está a mitad de camino debe ser por Constitución o San Telmo. Sí, San Telmo tiene más onda.
Teresa sacó el tejido y se le cayó el ovillo azul que fue a dar entre los asientos delanteros. Al querer agarrarlo topó con la cabeza de su compañero que muy atento lo había rescatado. Éste cruzó la mirada con la chica que estaba en la fila lateral y le miró las piernas que parecían estar cosidas a la parte superior de la pollera como esas peponas de trapo. La chica intentó bajar el pedacito de género estampado, pero al hacerlo sintió que sus muslos estaban pegados al tapizado del asiento. La felpa estaría gastada y le costó separarlos.
Un poco más audaz se arregló el bretel del corpiño pasando la mano por entre el escote de la blusa de seda blanca. Luego sacó unos apuntes y empezó a recitar en voz baja unas fórmulas que después miraba en los papeles.
Teresa giró para agradecer y vio que detrás de la chica iba un señor mayor con un portafolios muy viejo de cuero marrón y grandes bolsillos con hebillas. La camisa dejaba entrever los avatares del tiempo en su cuello pero lucía limpia y planchada como ninguna. El pantalón un poco gastado mostraba una raya impecable que recorría toda la pierna y los zapatos lustrosos reflejaban la luz que se colaba por el parabrisas. A Teresa siempre le gustaron los zapatos viejos y cuidados.





















La chica del bretel


La combi iba serpenteando por la avenida muy transitada a esa hora. Al parar en los semáforos, el chofer se comunicaba con alguien.
- El puente todavía está abierto pero creo que Raúl ya se desvió por Galicia. Te aviso.
- ¿Qué sabés del Gallego? No, tengo que llevar a unas chicas a la matinée si no lo reemplazaba. Ahora estoy yendo para Capital.
Antes íbamos a bailar a los dieciocho años, algún asalto en casas de familia o en el club. Ahora las chicas empiezan a los once, doce y para tranquilidad de los padres es en horas de la tarde. Bueno esto de la combi no está tan mal. Por lo menos las madres saben que van y vuelven acompañadas. Así se armó otra industria ¿Quién será el Gallego?

El celular comenzó a sonar y a medida que aumentaba el volumen las manos de Teresa se escurrían nerviosas en la cartera. Por fin lo rescató y escuchó la voz de Silvina.
- ¿Ya saliste?
- Estoy en la combi.
- ¡Qué pena! Me cancelaron tres entrevistas y me voy a casa.
- Bueno, no importa. Aprovecho para ver algunas vidrieras y resolver el tema del regalo de casamiento.
- Si querés venite y ves a los chicos.
- No, va a ser una sorpresa encontrarte a vos cuando lleguen.
- Un beso, nos hablamos a la noche.

Guardó el teléfono mientras se debatía entre regresar o darse a la aventura de ir para cualquier lado. La respuesta que le había dado a su sobrina sólo fue una excusa para dejarla tranquila.
¿Cuánto tiempo hacía que no se perdía por Buenos Aires?
Empezó a recordar cuando iba al Normal caminando por Callao. Cuando cruzaba la Plaza de los dos Congresos y el sol empezaba a despertar a las palomas. Las recorridas por las librerías de la zona, el café con crema y el cine de algún sábado a la tarde.
Tengo tanto que hacer en casa que podría volver. Pero hasta que llego al Colón y vuelvo ya perdí toda la tarde. Podría ir al museo de Bellas Artes o mejor al cine. ¿Y si le hablo a Josefina? desde que murió Pepe que no la veo. ¡No! Está muy depre y hoy no tengo ganas de escuchar lamentos.

El pulgar de la chica del bretel hábilmente marcó los diez dígitos.
- Soy Maru, estoy en la combi.
- ........
- Tengo un final.
- .............
- ¿Estás flasheado? Mañana laburo y hoy tuve que pedir el día. Casi no me lo dan pero como ya se armó por el asunto del blanqueo.
- .............
- ¿Y el viernes? Decile que viajás por la tarde. Hace como un mes. Sí, siempre soy yo la que arreglo...
- .............
- ¿Ya lo tenés? ¿De qué color?
- ..........
- ¡Qué bueno!.... ¿Cuándo lo veo?
- ...........
- Imposible. Recién el viernes cuando salgo de la oficina. Te dejo, sigo repasando. Un beso. Llamame ¿Eh? Chau.
Seguro que está casado, no sabe qué mentira decirle a su mujer y esta chiquilina se muere por él. Se deben ver cada tanto, algún fin de semana. Debe estar en buena posición. ¿Un auto nuevo? ¿Un perro de raza? Algo así. Un perro no,... es de la pareja y ella no estaría tan ansiosa por conocerlo. La pobre parece sacada de una telenovela. La chica que trabaja y estudia y el señor adinerado. Le diría que no sea estúpida, que a la larga pierden las mujeres. Una aventura y luego de vuelta a casa con su mujercita. Al fin y al cabo siempre se los perdona, por los hijos, ¿vio? Aunque ahora las chicas son más vivas... también sacan partido y cuando no les conviene mandan todo al carajo. Sin arrepentirse, sí, así seguras de que no se van a dejar arruinar la vida. ¡La vida! ¿Qué vida? ¿La de esposa y madre? ¿La de mujer independiente?
Si lo hubiese pensado dos veces quizás ahora estaría con Gustavo. Me dejé llevar por los prejuicios de tía Armida y de mamá. ¡No! ¿Cómo se te ocurre destrozar una familia? Hay tantos solteros y justo elegís un hombre casado. Pensalo, Teresa...

Mamita juega al burako

Casi no durmió. Toda la noche repasó lo que había estudiado durante un mes. Estaba nerviosa y casi segura de que no aprobaría. El profesor era muy exigente y nadie aprobaba hasta la cuarta o quinta vez. Esta era su segunda oportunidad.
Cuando se decidió por Farmacia era la tercera carrera que intentaba. Primero fue Economía, luego Odontología y se convenció cuando conoció a Mauricio, el farmacéutico que vivía enfrente de su trabajo.
Fue el día que cruzó a comprar un analgésico para su jefe y la sorprendió un aguacero. Se taparon las alcantarillas y la calzada era un río torrentoso que arrastraba todo. Intentó salir corriendo y cruzar, pero tuvo la mala suerte de resbalar y caer en medio de la vereda. Retrocedió como pudo y entró al local, mojada y con un fuerte dolor en el tobillo.
De ahí, a frecuentes visitas a la farmacia todo fue inmediato.
Mauricio amaba su profesión no tanto por los medicamentos como por el dinero que quedaba entre sus manos cada vez que sacaba alguno del estante. Hubiese sido lo mismo tener una verdulería, un kiosco o una tienda. El placer lo encontraba cuando escuchaba el clinc de la caja registradora. Ya casi había olvidado las fórmulas magistrales y lo único que practicaba era la aplicación de inyecciones.
Cada tanto viajaba a Entre Ríos para cobrar la renta de un campito que tenía Doña Sara.
Desde que conoció a Maru empezó a cuidarse. Adelgazó cinco kilos, se puso lentes de contacto y se tiñó el pelo para tapar las primeras canas. Con su nuevo look se quitó casi diez años lo que significó aproximarse un poco a la edad de ella.
Detrás del local tenía su vivienda. Una casa antigua bastante cuidada con un patio interno al que daban las habitaciones, incluidos la cocina y el baño.
A veces Maru pasaba la noche allí .Su madre creía que se quedaba en la casa de una compañera para estudiar. El padre ignoraba las ausencias de su hija y lo único que lo reconfortaba era que la nena por fin había encontrado su vocación.
En el primer cuarto de la casa dormía Doña Sara, la madre de Mauricio. Maru apenas la conocía de verla alguna vez sentada en la caja. Su hijo la dejaba allí para que se sintiera activa como cuando él era chico. Recordaba a su padre yendo y viniendo detrás del mostrador y a ella junto a la caja. El tintineo lo tenía grabado en la memoria.
Cuando la ocasión se daba, había que hacer un trabajo de inteligencia previo. Maru salía de la oficina y se iba a la biblioteca hasta las nueve de la noche. A esa hora, doña Sara ya estaba acostada viendo televisión. Raramente se levantaba hasta las tres de la madrugada para ir al baño y era tan metódica que la luz del patio quedaba encendida hasta esa hora. Al regresar la apagaba y recorría a oscuras el último trecho sin equivocarse de habitación ni tropezar con nada.
Mauricio esperaba a Maru los días en que la farmacia estaba de turno. Por eso no había una secuencia semanal sino un calendario lleno de letras debajo de los días de los posibles encuentros.
A eso de las diez sonaba el timbre. Mauricio la hacía entrar por la puerta lateral previendo que, si Doña Sara preguntaba por el ruido de la llave, la respuesta sería que la señorita venía a aplicarse una inyección. Antes de las ocho del día siguiente, Maru se iba sin hacer ruido para no despertar a Doña Sara que nunca supo de la intrusa.
Maru trabajaba en una oficina como asistente contable. Sus jefes eran dos hermanos que habían heredado el estudio de su padre, un reconocido contador. Gracias a Dios había muerto antes de darse cuenta de que ninguno había rendido más de nueve finales.
El mayor de los hijos era serio, antipático y cuando pedía algo jamás decía “por favor”. El otro, cinco años menor, tenía un trato más afable y con él Maru podía contar para cualquier cosa, desde un adelanto de sueldo hasta un cambio de horario o un franco. Quería blanquearla, pero el Viejo, como le decían entre ellos al mayor, siempre encontraba una excusa.
La última discusión había sido porque Maru amenazó con denunciarlos si no le daban unos días para preparar su examen.
- Hola, bebota ¿adónde estás?
- ................................................
- ¿Esta noche venís?
- ................................................
- ¿Nos vemos mañana?
- .............................................
- Si querés el jueves. Mamita va a jugar al Burako con Rebe a la tarde y Juan puede quedarse solo en la farmacia.
- .........................................................................
- Bueno, arreglo para ir a Gualeguay y me acompañás ¡Ah! ya me entregaron el teléfono nuevo para la farmacia. El semipúblico. No sé. Creo que azul.
- ......................................................

Como de costumbre irían a Gualeguay en el auto viejo de Mauricio, pasarían a buscar el dinero y luego comerían junto al río. Maru llevaría la bikini, pero finalmente se pondría la enteriza. A Mauricio no le gustaba que se mostrara demasiado. A la noche hablarían a Buenos Aires para decirle a Sara que se había roto el auto, y a lo de Maru para avisar que se quedaba a estudiar en lo de una compañera. Al día siguiente regresarían y no se verían hasta la próxima compra de aspirinas.
Maru guardó los apuntes porque ya casi la combi estaba por el puente. Miró por la ventana y vio hacia el este unos enormes nubarrones. Se arrepintió de no haber puesto el paraguas chiquito en la mochila. Del otro lado el sol brillaba raro.











Nadie pudo avisar

Llegaron a la 9 de julio. Unos martillazos cada vez más intensos sacudieron la combi. El chofer intentó refugiarse debajo de la autopista a la altura de San Juan y apenas logró estacionar entre una maraña de vehículos que buscaban lo mismo.
Los pasajeros quedaron callados e inmóviles hasta que se dieron cuenta de que el ruido provenía de una granizada imprevista. Miraban azorados hacia afuera y empezaron a buscar sus celulares. Todos, menos el señor del portafolios que nunca había querido tener uno.
Maru buscó el número de Mauricio. Marcó automáticamente y se puso el teléfono en la oreja derecha. No escuchaba nada y lo cambió a la izquierda. Tampoco. Lo miró intrigada. No se iluminaba y no hacía pip. Miró para un costado y vio como los demás verificaban lo mismo. Todos los celulares estaban muertos.
- ¡Qué desastre! ¡El pronóstico no anunció esta tormenta! ¡Si sabía me quedaba en casa! ¿Y cómo salimos de acá? ¿Piensa que demoraremos mucho?
Las voces se fueron animando hasta convertirse en un monólogo colectivo.
Maru, pegada a la butaca, empezó a llorar en silencio. Dejó que las lágrimas cayeran por la cara, el cuello y se metieran en el corpiño. La blusa blanca se mojó de transpiración y de la humedad del ambiente.
Al instante apareció un pañuelo de papel que le ofreció Teresa.
- Secate - le dijo con tono autoritario. No te preocupes, siempre que llovió paró. Últimamente el tiempo está loco. Seguro que pasa pronto y sale el sol como si nada.
Maru tomó el pañuelo y se secó con cuidado. Teresa le ofreció otro, pero Maru lo rechazó con un imperceptible movimiento de mano.
El hombre que estaba junto a Teresa se levantó para observar el granizo desde el parabrisas y ella aprovechó para acercarse a Maru.
- ¿Te asustan las tormenta? A mí me divierten. Me gusta ver cómo la gente se pone loca. Parece que se les acabara el mundo y siempre protestan por la falta de previsión. Como si se dieran cuenta sólo en ese momento de que las alcantarillas están sucias, las ramas pueden caerse, los paraguas son muy frágiles y las calles se inundan.
El granizo se transformó en una lluvia torrencial y empezó a entrar agua, primero por los bordes de las ventanillas y luego por debajo de la puerta.
Maru se corrió de asiento y se sentó junto a Teresa. El agua cubrió el piso de la combi .El que estaba parado se sentó en el lugar de Maru. Todos apoyaron los pies en los respaldos de los asientos anteriores, menos el nene. No le llegaban al suelo y siguió jugando sin preocuparse.
- Perdí un mes preparando esta materia para nada – murmuró Maru. No voy a llegar a tiempo y hasta julio no la puedo rendir.
Teresa le preguntó en qué año estaba y comentó acerca de los beneficios de una profesión para una mujer. Maru casi no la escuchó porque su pensamiento estaba en cómo llegar a la facultad.
La combi comenzó a balancearse como si desde abajo la empujaran. De pronto sintieron un sacudón y el roce con otro vehículo. Tratando de mirar hacia afuera, limpiaron el vapor de los vidrios y vieron que la calle se había transformado en un río de autos que flotaban. Algunos se chocaban con fuerza y otros se cruzaban sin tocarse.
El chofer tampoco podía comunicarse y trató de tranquilizarlos diciendo que ni bien parara, el agua bajaría y podrían continuar. Que era cuestión de paciencia.
Cada uno tenía el teléfono en la mano, menos el nene y el viejo. Cada tanto intentaban comunicarse con alguien. Uno preguntó si tenían señal los de CTI pero nadie tenía ninguno de esa empresa. Otro preguntó por Movistar y todos comprobaron nuevamente que sus teléfonos estaban fuera de servicio. Ese fue el primer diálogo que tuvieron entre ellos.
De pronto un golpe seco. La combi se había detenido. Quedaron en sus asientos con las cabezas estiradas para ver lo que había sucedido. La lluvia seguía aunque era más suave. El chofer quiso abrir la puerta y no pudo. Estaba arrimada a una columna de cemento. La del otro lado tampoco. Un taxi había quedado pegado por su parte delantera.
La primera claustrofobia se presentó cuando Maru, pasando por encima de Teresa y sin que mediara una palabra de cortesía, se abalanzó para abrir la ventanilla. Empezó a entrar más agua y Teresa tuvo que correrse hasta rozar su cuerpo con el de Maru. La temperatura había comenzado a bajar. Sintieron frío.
- ¿Podrías cerrar la ventana? – pidió la mamá del nene. Me parece que ya se renovó el aire y si sigue entrando viento nos vamos a enfermar.
- ¡No! Que nos vamos a ahogar – protestó una de las del curso de pintura.
- Nos vamos a ahogar igual porque el agua nos va a tapar - dijo el joven del desodorante.
- Bueno, tengan paciencia que ni bien para, salimos de acá - manifestó el chofer.

La lluvia empezó a disminuir y una sensación de tranquilidad corrió por los pasajeros. De pronto paró. Estaban incómodos. Sin querer se habían amontonado. Tímidamente empezaron a separarse y se ubicaron en sus asientos. El chofer quiso poner en marcha el motor pero, luego de varios intentos, gastó la batería. De pronto un sacudón desencajó el vehículo, pudo abrir la puerta y vio cómo chorreaba agua del piso, lo que le dio la certeza de que ya no entraba, sino que salía.
__ Bueno, si quieren seguir habrá que bajarse y empujar.
Nadie se dio por enterado. Miraban por las ventanillas como distraídos. Sólo el señor mayor empezó a arremangarse los pantalones. Se sacó los zapatos, las medias y cuidadosamente los guardó en el portafolios.
A los otros dos no les quedó alternativa y con no muy buenas ganas hicieron lo mismo.
Bajaron. Aparecieron cuatro personas que se ofrecieron a ayudar. Entre todos empujaron y arrancó.
- ¡Por fin! - exclamaron varios. Sin embargo aún les quedaba juntar unos pesos para los muchachos que habían ayudado.
- Para una cerveza - dijo uno con tono más de orden que de pedido.
Con tal de sacárselos de encima Teresa organizó la colecta para el improvisado peaje y siguieron camino.
- ¡Qué barbaridad, antes se ofrecían por nada! - comentó una de las del curso.
- No hay caso, prefieren mendigar a trabajar - dijo la otra.
- Mirá con este día, mojándose en la calle. Son vagos.
Todavía los semáforos no andaban y al querer retomar la avenida la combi rozó a un chico que intentaba cruzar con sus pertrechos de limpiavidrios. El balde saltó y el secador fue a dar contra el parabrisas de tal manera que lo rajó de arriba abajo. El pibe quedó en el piso con una pierna estropeada.
El chofer bajó para socorrerlo en el mismo momento que llegaba un agente de policía.
Entre explicaciones y disculpas, Teresa que había bajado, se quedó con el herido esperando una ambulancia.

- ¡A vos te parece! - protestó una de las del curso de arte. Tener que perder el tiempo por culpa de los incapaces. Porque ya podrían prever las tormentas y anunciarlas con tiempo. Tanta sensación térmica al cuete, que uno no sabe como vestirse, y una catástrofe que se ve venir de lejos ni te la avisan.
- ¿Y ahora qué va a pasar con el chico? - le contestó la amiga. Ni quiero pensar en las vueltas que vamos a dar.
- ¿Y si juntamos unos pesos entre todos y se los damos? No creo que se haya lastimado mucho. Pero imaginate en el lío que nos podemos meter si se muere. Bueno nosotros no, el chofer en tal caso.
- Hola. ¿Me escuchás? Se corta...
- ¿Qué hora es? Ya no llegamos al curso. Quizás el museo se inundó como la vez anterior y suspendieron la clase. ¡Todo mal, che!






















Será un momento inolvidable



- Sólo unos magullones - dijo el médico de la ambulancia. Le dio unos analgésicos al chico y le sugirió al policía que “no lo dejara trabajar”.
Teresa comprobó que no era grave y subió a la combi.
Intentó comunicarse con su sobrina para verificar si había llegado a la casa pero no pudo. Se inquietó un poco y trató de pensar en otra cosa. Agudizó el oído para escuchar a las dos que iban al curso frustrado.
- ¿Y cómo van los preparativos de la fiesta?
- No sabés, estoy a full. Todavía no lo pude resolver. Quiero adelgazar un poco más y aunque me mato de hambre la balanza no baja.
- Falta mucho, como seis meses ¿no?
- Siete. Pero cuando querés acordar... Mirá si me pasa como a Nora que llegó el día de los quince de su hermana y a las cuatro de la tarde recién le entregaron la ropa. Ella se reía cuando nos contaba. Decía que ya tenía pensado ponerse el vestido de un casamiento anterior y disimularlo con una chalina. Yo me corto las venas.
- Es tan tranquila.
- Ya decidí lo de los centros de mesa. Nada de flores ni velas. Ahora se usan unos repollitos violetas que quedan buenísimos. Lo vi por internet en la fiesta de un empresario. Además te ahorrás un montón de plata. Bah, no sé. Si hubiese elegido el viaje me evitaba tanta complicación. Pero Gus dice que es importante la fiesta. Por los negocios. Va a invitar a dos o tres clientes.
- Yo estoy con el tema de las vacaciones de invierno. Paco me pide que decida y arregle todo. Que él está ocupado y que no le importa adónde. Los chicos quieren ir a esquiar pero a mi me gustaría un lugar cálido.
Buenas preocupaciones, pensó Teresa. Fiesta y vacaciones. Todo el año es carnaval, decía mi abuela. Cuando la pobre llegó de Europa se sentó en el puerto a esperar que la vinieran a buscar, ni conocía a los patrones que la habían contratado como niñera. Recién a la nochecita apareció el chofer. Por esas raras coincidencias eran del mismo pueblo. Un poco mayor que ella. Buen mozo. Al año estaban noviando y finalmente se casaron. Buenos los señores y a los hijos ella sí que les dio cariño. Cuando les avisamos que había fallecido, los grandulones lloraban como chiquilines. Los viejos jamás tuvieron vacaciones y las únicas fiestas que recordaban eran las de sus patrones. Seguramente por el cansancio que les quedaba después de tantas idas y vueltas.
- Otro asunto es el tema de la música. Olivia eligió unos temas espantosos pero insiste en que si no ponen esos, se va de la fiesta. Se pelea con Gus todas las noches por lo mismo y yo estoy harta de escucharlos. Y sabés que ella es capaz de hacer cualquier cosa si no le damos los gustos. Siempre fue así. Desde chiquita. Acordate cuando se encaprichó en el casamiento de Fer y tuvimos que irnos de la iglesia. Quería a toda costa entrar con la novia de la mano para que le vieran el vestido que le habíamos comprado. ¡Estaba tan divina!
Teresa se quedó pensando en las fiestas de cumpleaños. En las dos últimas a las que había asistido: el cumpleaños de Bernardo y la fiesta de quince de la chica de al lado.
La fiestita de Bernardo fue en La casita de los enanos. Una casa antigua con cada habitación reformada en un ambiente temático. Los chicos iban pasando en una especie de juego de la oca pero sin retrocesos. A las dos horas ya habían llegado al final donde los esperaba la torta, los souvenires y el “hasta el próximo cumple”. Teresa sonrió al recordar el comentario de uno de los chicos. ¡Fue igual al cumple de Santi , mami , yo también quiero que sea acá!
Se acordó de los cumpleaños de Silvina, allá en Burzaco. A las cinco llegaban los chicos del barrio y compañeros de escuela que generalmente eran los mismos. Cada uno traía un regalo y enseguida empezaban a jugar. Nadie los organizaba, participaban todos y se peleaban mucho. Los grandes conversaban y de vez en cuando, hacían de árbitro. Con las caras coloradas y los vestidos marchitos de tanto correr se agolpaban a tomar el chocolate. Inmediatamente salían disparando para no perder ni un minuto de libertad. Recién con las primeras estrellas empezaban a irse y la casa quedaba en silencio con la nostalgia de los gritos.
La de quince de la vecinita fue una fiesta convencional. Padre orgulloso de hija - mi nena - potra - adolescente. Mozos, comida , centros de mesa, animador, pista de baile, luces, pantalla, pantalla, luces, pista de baile, animador, centro de mesa, comida, mozos. Música a todo volumen. Bocas cerradas. Lenguaje de señas. Todos a bailar. Todos a sentarse. Todos a ver el video de la nena. Cuando nació. En el colegio. Las vacaciones. Los abuelos. Los tíos. Los amigos. La nena entregando las velas. La nena , la amorosa, la divina, la dulce, la mejor amiga de mamá, la compañera de papito, la virgen, la no tan virgen, la regalada, la caprichosa, la celosa, la mentirosa, la princesa de la casa, la autoridad, la tirana, la déspota. La que mereció la fiesta, la que eligió la fiesta, la que exigió la fiesta.
La combi arrancó.
Antes de llegar a la avenida Independencia sonó el primer celular.
- Estoy casi llegando. Traté de avisarte - contestó Marcelo, el cuarentón de los mocasines. A las pocas cuadras se bajó y caminó hasta una estación de servicio. Se encontró con el socio que le contó por las que había pasado con la tormenta.
- ¡Y vos que no llegabas!
- Pará, che! Que yo también la pasé fulero. Hasta tuve que empujar esa combi de mierda que se quedó sin batería. Encima casi vamos en cana porque el boludo por poco atropella a un pibe de la calle. Esos que limpian parabrisas. Menos mal que yo los frené porque si no lo matan. Se vinieron como cuatro negros con los palos de los secadores. Entré a revolear trompadas y los pendejos rajaron. Mirame como estoy. ¿Todavía te crees que vos solo la pasaste fulero?
­­- ¿Qué te dijo tu cuñado? ¿Ponen la guita?- Dice que es probable .Que el gerente pide un bosquejo para presentárselo a los dueños. Que un salón de fiestas está piola pero el problema es cómo eliminar los tanques. No tiene mucha idea del lugar y los metros cubiertos.
_ Decile que eso es fácil. Ya lo tengo todo pensado. Que él consiga la plata y no se preocupe. Acordate cuando esto era el almacén de García. Costó convencer al gallego para hacer el lavadero. Después cuando pasó la moda lo reciclamos en estación de servicio y aunque no era esquina, conseguimos la habilitación.
- Porque hubo contactos. Y bien aceitados.
- Bueno, acá también se puede acelerar la habilitación. Es cuestión de plata y nada más.
- Mirá, en este país hay que tener reflejos. Si te avivás a tiempo y sos primero, ganás. Después todos quieren imitarte pero ya es tarde. Y ahí es cuando te tenés que borrar y a otra cosa mariposa. Cuando el rubro empieza a tentar a muchos se termina. Los que hicieron plata con las canchas de paddle fueron los primeros. Después brotaban por todos lados y ¿cómo terminaron? No quedó ninguna. Bué, tampoco quedaron tobillos sanos. Y así con un montón de otras cosas.















La culpa es del Ratón Pérez

La tormenta había dejado el aire fresco y transparente.
Cada uno se perdió en sus pensamientos y todos se olvidaron de los otros.
Teresa observaba los restos de ramas y hojas que parecían papel picado sobre los canteros de la 9 de Julio. El sol se deshacía en reflejos finitos y dorados que iban a parar a las alcantarillas con los últimos charcos.
La combi se detuvo en el semáforo de Independencia.
- Querido guardá el jueguito que pronto bajamos.
El nene siguió como si nada apretando botones.
La madre empezó a buscar el dinero para pagar y le repitió la orden sin el querido.
-Vamos, che, que yo me bajo y te quedás acá.
- Pará, que estoy por pasar de nivel.- Te dije que lo guardes.- ¡Ufa! No ves que todavía ni arrancó.
El semáforo se puso verde y atravesaron la avenida. La mujer avisó que bajarían en la calle México. El chofer activó el guiño y empezó a enfilar para la derecha. Un motoquero quiso adelantarse y la combi dio un viraje para tratar de evitarlo. En ese momento el nene perdió el equilibrio y fue a dar con la cara contra el asiento delantero. Los aparatos de ortodoncia salieron disparados y la madre se puso nerviosa.
-Te dije que prestaras atención. Agachate y encontrá los aparatos que si no te liquido. Acá chofer. Espere que se nos cayó algo. Dale nene apurate. No te los pongas que deben estar sucios. Bajá, dale que la gente no tiene todo el tiempo para vos.
Teresa limpió su mano sobre la pollera. La sintió pegajosa luego de levantar los aparatos que le habían rozado el pie. Ahí no más apareció la imagen de Cachito, su amigo de la infancia. Vio sus incisivos sobresaliendo del labio superior y tocando levemente, aunque no abriera la boca, el otro labio. A Teresa era lo que más le gustaba de él, además de sus medias con rombos celestes, grises, amarillos y blancos. Cuánto hubiera pagado ella por tener esos dientes. Dientes de conejo que al hablar dejaban saltar gotitas de saliva y producían un sonido especial. En el baño y frente al espejo ensayaba parlamentos pronunciados con los dientes sobre el labio inferior. Practicó tanto que se le hizo costumbre hasta que su madre la sorprendió y se los acomodó de un sopapo.
Nunca más Teresa pudo mirar a Cachito sin sentirse desilusionada de su propia boca.
La mujer y el nene cruzaron la 9 de julio en dirección al oeste. Había refrescado y no llevaban mucho abrigo. Apuraron el paso como para entrar en calor y al pisar la esquina sintieron que el viento les helaba la nuca.
- Este tiempo de mierda que uno no sabe como vestirse y ahora seguro que te resfriás. A tu padre se le ocurrió venir a este dentista habiendo tantos cerca de casa. Claro para él todo es fácil. Total yo no trabajo y puedo traerte todas las semanas. Menos mal que a partir de hoy será cada quince días.
- Má ¿y por qué tengo que usar aparatos?
- Porque todos los usan ¿no viste tus compañeros? Hasta al hermano mayor de Tomi le tuvieron que poner unos, pero creo que son fijos y tiene como para dos años.
- Ah - contestó el nene mientras se miraba pasar en una vidriera como si fuera un desconocido.
La vereda era angosta y caminaban esquivando basura y baldosas ausentes.
Llegaron después de hacer tres cuadras y se detuvieron en una puerta de madera lustrada y rejas antiguas. Llamaron por el portero eléctrico y subieron en un ascensor de jaulita. Al nene le divertía ese momento porque miraba como desaparecía cada piso y se elevaba su cabeza en el siguiente.
Tocaron el segundo timbre y apareció la asistente. Muy amable los hizo pasar al mismo tiempo que les anunciaba que el doctor estaba un poco atrasado.
El nene se acomodó en el sillón junto a la puerta mientras seguía jugando. La madre cambió el libro por una revista. La tapa mostraba una conductora de moda y las bondades de su última dieta. En las páginas centrales se veían las fotos de las casas de los famosos en segurísimos barrios privados.
La mujer entrecerró los ojos y se quedó dormida por unos minutos. No había nadie más en la sala de espera que pudiera observarla y el hijito seguía enfrascado en su aparato electrónico.
Soñó que ingresaba al programa televisivo de los arquitectos. Le mostraron cada ambiente de la casa en la cual todo estaba previsto y acomodado. Empezaron por el piso más alto, que abarcaba el play room. Se acordó del altillo que ella frecuentaba de chica entre secretos y cosas prohibidas. Pasaron por el segundo nivel donde visitó los dormitorios, impecables, sin restos de tostadas o manchas de mate en las sábanas. Los baños con doble bacha, jacuzzi, camilla de relax. Ahí se le superpuso el sueño con su propia imagen tratando de regular el calefón para que el agua no saliera ni tan helada ni tan caliente. Atravesó una enorme heladera e inspeccionó cada una de las gavetas hasta que cansada se recostó en uno de los huecos de la huevera. De golpe fue a dar arriba del breakfast intentando entender que era lo mismo que la antecocina que tenía su mamá en la casita de Mármol.
Se encontró en el solarium junto a la piscina climatizada y quiso cortar unas rosas que se deshicieron en cañas y papiros. Rosales de varios colores alineados en fila. Tutores de madera pintados de rojo y blanco. Perfume de rosas subió por su nariz mientras el abuelo con la tijera le daba forma a las plantas. Buscó frutales y no vio ninguno. Descubrió a lo lejos un árbol de mandarinas, uno de kinotos y un duraznero cuyas ramas estaban vencidas de tantos frutos. Corrió hacia ellos a la vez que la perseguía un camarógrafo del programa. Se trepó para arrancar un durazno que se transformó en una infalible crema antiarrugas. Miró a su alrededor y sólo vio césped surcado por algunas piedras blancas. Arrancó un tomate y se lo comió a escondidas. Estaba caliente. Pisó sin querer las acelgas y unos plantines de albahaca. Pensó que si la descubrían a esa hora de la siesta terminarían para siempre sus aventuras en la quinta. Trató de encontrar el sendero para regresar a la casa. Muchos caminitos se abrían entre los surcos sembrados. A medida que avanzaba por uno volvía al lugar de origen. No podía salir.
Empezó a gritar -¡Mamá!
- ¡Mamá!, nos toca a nosotros - le anunció el nene al advertir que el doctor se despedía de un paciente.
La mujer se sobresaltó y pasó las manos por la boca. Tenía miedo de que la delatara algún rastro de baba en las comisuras.

2 comentarios:

bibliotecaria dijo...

Les devuelvo la visita. Muy bueno el blog de la Biblioteca. Nos seguimos. Cariños

Adriana dijo...

Yo también le devuelvo la visita desde el oeste. me gustó el blog, visiten el otro blog que mantengo, Soy bibliotecaria en nivel primario y Polimodal. Con cariños y cualquier cosa que necesiten escriban. Saludos

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